miércoles, 13 de junio de 2007

Etiquetas que limitan

Nacemos y todos dicen "Es un niño, es una niña ". Primera etiqueta. Si somos niños no podemos llorar y dedicarnos a los artes más sensuales y sensibles. Si somos niñas no podemos ser independientes, libres y dar golpes en la mesa cuando nos enfadamos.
Crecemos y todos dicen "Es muy feo, es muy guapo". Segunda etiqueta. Si somos guapos no queremos dejar de serlo, si somos feos no podemos dejar de serlo.
Nos movemos y hablamos y escuchamos "Es muy hábil, es muy torpe". Tercera etiqueta. Si somos hábiles sentimos la presión de las expectativas, si somos torpes sentimos la tristeza de la soledad.
Así poco a poco crecemos con una lista interminable de etiquetas que nosotros no hemos elegido y que no sabemos como quitarnos de encima.
Sucede que cuando tenemos la conciencia suficiente de las cosas, en lugar de trabajar para deshacernos de lo que no es nuestro y quedarnos desnudos con lo que realmente somos, seguimos añadiendo etiquetas, esta vez autoimpuestas, con la esperanza de que esas nuevas expulsen a las viejas. Así, estudiamos una carrera o elegimos una profesión y nos decimos "Yo soy médico, o yo soy albañil, o yo soy profesor." Nos identificamos hasta tal punto que no vemos cuando otras puertas se abren, cuando la vida nos marca el camino del cambio, de una nueva visión de nosotros mismos, del mundo.
Luego hay otro tipo de etiquetas impuestas por el sistema en el que nos movemos "Yo soy español, o yo soy catalán,o yo soy alemán, o yo soy católico, o yo soy budista."
En fin, que con tanta etiqueta encima nuestro, ya no podemos ver nuestra verdadera cara, hemos perdido nuestra verdadera identidad, nuestra autenticidad.
Es muy interesante observar y escuchar que sucede en nosotros si, en lugar de repetirnos "yo soy esto o soy lo otro", afirmamos sencillamente "YO SOY".

Poner en práctica

La siguiente historia es atribuida al sabio Mohamed Gwath Shattari, uno de los más admirados por el Emperador Humayun. Murió en 1563 y existe un templo en su homenaje en Gwalior.
Tres viajeros cruzaban juntos las montañas del Himalaya discutiendo la importancia de colocar en la práctica todo aquello que aprendieron en el plano espiritual. Estaban tan entretenidos en la conversación que solamente ya bien entrada la noche se dieron cuenta de que solo llevaban consigo un pedazo de pan.
Decidieron no discutir sobre quien merecía comerlo; como eran hombres piadosos, dejarían la decisión en manos de los dioses. Rezaron para que, durante la noche, un espíritu superior les indicase quien recibiría el alimento.
A la mañana siguiente, los tres se levantaron al salir el sol.
- He aquí mi sueño - dijo el primer viajero. - Yo fui cargado hacia lugares donde nunca había estado antes, y experimenté la paz y armonía que he buscado en vano en esta vida terrenal. En medio de tal paraíso, un sabio de largas barbas me decía "Tú eres mi preferido, pues jamás buscaste el placer y siempre renunciaste a todo. Sin embargo, para probar mi alianza contigo, me gustaría que comieras un pedazo de pan".
- Es bien extraño - dijo el segundo viajero. - Porque en mi sueño, yo vi mi pasado de santidad y mi futuro de maestro. Mientras miraba el porvenir, encontré un hombre de gran sabiduría diciendo "Tú necesitas comer más que tus dos amigos porque tendrás que liderar a mucha gente, y para ello necesitarás fuerza y energía".
Dijo entonces el tercer viajero:
- En mi sueño yo no vi nada, no visité ningún lugar ni encontré a ningún sabio. Sin embargo, a determinada hora de la noche me desperté de repente. Y me comí el pan.
Los otros dos se enfurecieron:
- ¿Y por qué no nos llamaste, antes de tomar una decisión tan personal?
- ¿Cómo iba a hacerlo? ¡Estabais tan lejos, encontrando maestros y teniendo visiones sagradas! Ayer discutimos la importancia de poner en práctica aquello que aprendemos en el plano espiritual. En mi caso, Dios actuó rápido y me hizo despertar muriendo de hambre!

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